Viernes 19 de Abril de 2024

Historias que hacen historia: Las anécdotas de la “colimba” en la Fábrica Militar de Pilar


  • Domingo 23 de Junio de 2019
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Por auguzama Corrían los últimos meses del año 1970 y los jóvenes nacidos en el ´51 éramos sorteados para hacer el “Servicio Militar Obligatorio”, más comúnmente llamado por aquellos años, “La Colimba”. Tras unos días del sorteo, quienes sacábamos el número alto, a partir aproximadamente del 250 en adelante, según la magnitud de la clase que le tocaba, un grupo grande de pilarenses partíamos hacia la localidad de Ramos Mejía donde un “destacado” cuerpo médico y auxiliares de la medicina, nos hacían la revisación correspondiente para incorporarnos o no, según el estado de salud de nuestros por entonces, “indefensos cuerpos”. Recuerdo que en el viaje de ida que compartimos entre otros con Héctor Moreno, hacíamos tantas morisquetas en el colectivo que un grupo de señoras nos tildaban de “pobrecitos tienen que hacer el servicio”. Algunos con un poco de “suerte” y otros con algo de “acomodo” de algún contacto dentro del Ejército o dentro de la por entonces Fábrica pilarense, nos tocaba como destino, precisamente aquel cuartel fábrica, donde además de albergar a cerca de 100 conscriptos, funcionaban varias plantas donde se fabricaban cartuchos de gases lacrimógenos, cargas huecas (detonadores) para cavar pozos de petróleo con unas mechas que proveía una empresa de Escobar, la Hughes Tool,  llamadas trépanos, y algunos otros elementos como mechas y distintos tipos de cartuchos con gases dispersivos (pimienta, lacrimógenos). Recuerdo  el primer día, corrían los primeros meses de 1971 y allí, en ese lugar hoy abandonado, lamentablemente, nos encontramos con numerosos amigos y vecinos de nuestra ciudad que, por otra parte, durante ese largo año logramos una amistad entrañable que perdura hasta nuestros días. Uno a uno fuimos llegando y dos que habíamos ido al Comercial del Almafuerte y que éramos vecinos de La Lonja, Hugo “Tuca” Debus y yo, nos encontramos con otro del nacional, Héctor Moreno como así chicos de Matheu como Jorge Vilensky; el “loco” Pérez, los hermanos Biagioni, Titi Díaz, el gordo Rebrina, de Escobar, así como los pilarenses Quelo Orsini,  y el Choclo Pandolfo; el capillense Larrachau, y tantos otros que no recuerdo. A las 7 de la mañana en punto, formamos frente a “la cuadra”, lugar donde dormíamos las noches de guardia. Sobre un playón que era una cancha de básquet “venida a menos” y a cielo abierto.  Acto seguido el jefe de guardia que era un sub oficial nos habló en tono firme y poco amable y nos dijo que desde ese momento éramos “Soldados de la Patria Argentina”, que debíamos custodiar el patrimonio nacional y, por supuesto, las viviendas de los oficiales que estaban a la entrada de la fábrica, a la derecha, donde residían un par de oficiales de rango como el Mayor Michero,  así como las casas de los suboficiales que estaban a la izquierda, frente a la ex fábrica de Anilinas Argentinas, también hoy abandonada. Inmediatamente, aprendimos lo que era “bailar”, no precisamente al compás de la música sino a los gritos de: carrera mar, cuerpo a tierra, salto de rana. Qué bien que nos vendría ahora para bajar esos kilos que nos trajeron los 40 y pico de años que sumamos. Según me acotó Jorge Vilensky, amigo y compañero de guardia merced a los apellidos (V – Z), a los tres o cuatro días de habernos incorporado, a la salida eran unos seis o siete soldados que tenían Fiat 600 y saliendo de la fábrica a las 14. El mayor Michero venía con su Peugeot 404 celeste y por pasarlo por el costado del angosto camino, lo llenamos de tierra. Al otro día, nos formó a todos los de los “tuerquitas” y tuvieron arresto por un día. En cuanto al horario éramos bastante “cafiolos”, ya que entrábamos minutos antes de la entrada del personal administrativo de la empresa del estado y los operarios de planta, alrededor de las 6 de la mañana y nos retirábamos a las 2 de la tarde. Eso sí, cada tres días nos tocaba guardia, unos en el puesto uno y otros en el puesto dos, al fondo, donde las noches eran más “tenebrosas”, como por ejemplo en la que yo estuve de cabo de cuarto, y unos soldados vieron a una persona de blanco que no acataba la orden de “alto quien vive” y seguía avanzando. Cuando nos apersonamos al lugar junto al jefe de guardia que era el sargento Machado, el hombre de blanco era una vaca Holando que no detenía su marcha ante el alerta. Las anécdotas se sucedían día a día y contarlas todas no alcanzaría una sola columna. Como aquella de la primer guardia nada menos que con el terror de los suboficiales, el Sargento Ayudante Firme, quien con mucho orgullo decía que era “hijo natural” de Patrón Costa, reconocido hacendado del noroeste argentino por ese entonces. Recuerdo que las guardias comenzaban a las 2 de la tarde, cuando se iba todo el personal y duraba hasta las 6 de la mañana del otro día. Pero, como dice el refrán, “hecha la ley hecha la trampa”, conversando o “adornando” al sub oficial de guardia, podíamos optar quienes lo lograban hacer de 2 de la tarde a 2 de la mañana y de allí partir a dormir a nuestras casas o, si era fin de semana, con el pelo rapado llegar en pleno auge del baile de Cuernavaca o Majestic. La otra opción, era salir a las 2  y volver a las 2 de la mañana, para así poder pasar la tarde y cenar en familia. Esa primer guardia, Don Firme, que era un hombre de tez oscura y de voluminosa presencia, al pedirle de irme a las 2 de la mañana, me encargó: diez lombrices de 10 centímetros de largo, otras diez de 12 y otras diez de 15, porque iba a ir a pescar. Lo contrario era otro uniformado, el Cabo primero Danza, que pedía de “recompensa” un tubo de tinto, cosa que no creo que fuera para “coleccionar”. Otro recordado episodio, del que me arrepiento totalmente, fue cuando haciéndome “autoridad” como cabo cuarto, bailé a un compañero de Escobar, el amigo Maura, a quien luego lo enganchábamos para hacer zanjas y pozos, ya que era muy hábil con la pala por haberse criado en el campo, o aquella vez que hice lagrimear al Oficial Principal Vega, más bueno y sano que el pan, al pedirle salir de guardia porque era el cumpleaños de mi mamá. Qué lindas épocas, cuantas anécdotas que en algún otro capítulo las seguiremos compartiendo. Hasta la vista.

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