Por Auguzama
Días pasados, caminando por la calle Rivadavia, desde la plaza 12 de Octubre hacia la redacción de
Resumen, ni bien dejé atrás nuestro tradicional paseo central, miré hacia arriba frente a la terminal de ómnibus y me pareció notar la falta de algo y quise recordarlo.
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FOTO: LUCILA Y JUAN SANTIAGO SANGUINETTI (Pilar en el Recuerdo)[/caption]
Seguí caminando tratando de hacer memoria y entré ya casi sobre Ruta 8, a la ferretería de mi amigo, ex compañero nada menos que de la gloriosa ‘colimba’ en la Fábrica Militar, el Choclo Pandolfo, para comprar un elemento que necesitaba para el taller del diario.
Por supuesto, como es habitual en Adolfo, nombre de pila de mi ex compañero, nos pusimos a charlar y contar anécdotas de aquellos tiempos que no volverán, pero que permanecen en nuestros recuerdos. El amigo ferretero, mientras atendía una interesante cantidad de parroquianos que venían a comprar, sacó de entre sus recuerdos, una foto de los alumnos, compañeros de él, del año 1960, tomada en el patio del Instituto Almafuerte, caras algunas que ya no están, como mi gran amigo Carlitos Tartabini, y otras que aún figuran entre nuestros mejores amigos, como suelen decir ahora los chicos, como el caso de Daniel Bonfanti, Liliana Hermiaga, Selma Contreras, y también Cachito Lonné, Daniel Vergani, Carlitos Gattinoni, entre otros y por supuesto, el propio “Choclo” que lucía un saquito azul que le había comprado la mamá para que salga lindo en la foto.
Un parroquiano vecino pilarense si los hay, entró en la conversación de “los recuerdos”, y trajo a la memoria lo que yo había pensado que faltaba sobre la calle Rivadavia, a metros de la plaza: el enorme reloj de la Casa Cormery.
Este vecino relataba que cuando se dirigía hacia su colegio y casi desde la ruta miraba la hora en el mismo y apuraba el paso para llegar a horario. Durante muchos años ese elemento indispensable para tener “la hora exacta”, nos sirvió a los pilarenses para llegar temprano a clases, o al trabajo o “hacer el novio” como se decía entonces o, para quienes por entonces frecuentábamos la confitería Majestic, podíamos mirar la hora para saber cuánto nos quedaba de permiso o, cuánto les quedaba de permiso a “nuestras respectivas amadas”.
No faltó el recuerdo de la figura y personalidad del propietario del comercio, don Adonis Cormery y su señora María, que gentilmente nos atendían cuando queríamos hacer durar algún tiempo más nuestros primeros relojes pulsera o cuando preguntábamos el precio, inalcanzable para nuestro escaso presupuesto de aquellas épocas, de los Seiko, Orient, Citizén o Tressa, ante lo cual Adonís con una paciencia más que especial, nos relataba las ventajas de los mismos con su tradicional “este reloj, Incabloc, 17 Rubíes, Sumergible, etc. Cuesta”, vaya a saber cuánto de los pesos o centavos de ahora.
También vino a mi memoria cuando Don Cormery salía de la puerta de su joyería con el impecable Volkswagen Escarabajo modelo 58 que más tarde le vendió al amigo “Bocha” Barrionuevo. Para entrar en el garaje sin dar marcha atrás, daba toda la vuelta a la manzana mientras María le abría el portón, para no errarle, según propio relato de su heredero, el gran amigo Mario que supo hacer crecer el viejo local, “inundando” en su momento Pilar con locales en todos los centros comerciales que fueron brotando en nuestra ciudad.
Nuestro recuerdo y afecto a la familia Cormery y en especial a Mario y su incansable compañera Mirta, que entre otras cosas nos llenaron de regalos desde su flamante local (ALFA), allá por enero de 1974 cuando contrajimos matrimonio y nuestros amigos y allegados, visitaban el coqueto local para agasajarnos.
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