Por Gustavo Giacomo, economista
Los múltiples productos y servicios financieros pueden resultar positivos en tanto permiten a la generalidad de la ciudadanía acceder al consumo pero también entrañan el riesgo de sobreendeudamiento. Su complejidad técnica justifica la protección diferenciada de los consumidores financieros. En este contexto la educación puede constituir una herramienta de superación de la vulnerabilidad cognoscitiva del consumidor que le permita adoptar decisiones financieras a partir de una adecuada evaluación y comprensión de los compromisos a asumir al tiempo de contratar un servicio financiero.
La protección a través de la educación financiera del consumidor busca crear condiciones más equitativas entre proveedores y consumidores de servicios financieros. Cuando los consumidores de la banca minorista realizan transacciones financieras disponen de menos información que las instituciones financieras que les suministran esos servicios. Esto puede resultar en tasas de interés excesivamente altas, el desconocimiento de sus opciones financieras y la falta de alternativas para compensaciones. Este desequilibrio en la información resulta mayor cuando los clientes cuentan con poca experiencia y los productos son más complejos.
Los esfuerzos destinados a expandir la inclusión financiera a través de la incorporación de clientes “no bancarizados” alientan anualmente a decenas de miles de nuevos clientes a ingresar al mercado. A pesar de que existen muchas instituciones financieras que adoptan prácticas tendientes a garantizar un servicio de calidad para estos clientes, otras han utilizado sus ventajas informativas (a menudo inducidas por vacíos en regulaciones judiciales creadas originalmente para promover la inclusión financiera) con el fin de incrementar sus ganancias a expensas de los consumidores, quienes pueden así verse altamente endeudados, sin una cobertura de seguros adecuada y sin rendimiento sobre el capital invertido.
La educación financiera como herramienta preventiva del consumidor financiero
La educación financiera se define como el proceso por el que los inversores y consumidores financieros mejoran su comprensión de los productos financieros, conceptos y riesgos. Adicionalmente, a través de la información, la enseñanza y/o el asesoramiento objetivo, se desarrollan las habilidades y confianza precisas para adquirir mayor conciencia de los riesgos y oportunidades financieras, tomar decisiones informadas, saber dónde acudir para pedir ayuda y tomar cualquier acción eficaz para mejorar su bienestar financiero.
Como ya se expresara, los contratos financieros se caracterizan por el alto grado de experiencia de las entidades financieras que contrasta con la no profesionalidad de los usuarios. De ahí que la relación entre las entidades financieras y los consumidores se desarrolla entre partes con profundas asimetrías contractuales, es por ello que se considera que la educación financiera puede colaborar en la superación de este conflicto.
Por lo tanto, es clave garantizar razonables conocimientos bancarios para que el acceso a los servicios financieros beneficie a los consumidores, permitiéndoles tomar decisiones bien informadas sobre la mejor manera de usar los servicios que prestan los bancos, construir confianza en el sector financiero formal y contribuir a mercados financieros saludables y competitivos.
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