Por auguzama
Ante la proximidad del festejo más importante en la historia y la tradición pilarense como son las Fiestas Patronales, me llegan a la memoria recuerdos tal vez, de un Pilar que ya no está.
Los festejos comenzaban para las niñas y las ya entradas en la categoría de señoritas, con la visita junto a sus madres a la histórica Zapatería Ritmo de Aníbal Digiorio, hoy atendida por su señora esposa y su hija con la misma amabilidad del fundador, o a la zapatería de Don Kossler, de la calle Rivadavia en la cuadra que hoy es peatonal y que, a pesar de estar muy bonita, entorpece totalmente la normal circulación del tránsito vehicular en el centro de nuestra ciudad, a comprar los impecables zapatos blancos que se iban a usar para el desfile y el paseo por la plaza en dicha celebración.
La tradición de entonces para las damitas, eran los zapatitos blancos, impecables por cierto y para los niños y los aprendices o “proyectos” de jóvenes, los muy bien lustrados abotinados y acordonados Gomycuer, que de cómodos, no tenían mucho.
Tras acompañar los nuevos “timbos” con trajecitos muy bien hechitos por algunas madres, generalmente con las telas que se compraban en la tienda Las Rosas de la calle Fermín Gamboa, o en lo de Davicino de la calle Rivadavia, todas salían impecables y con todos los bríos a lucirlos en la plaza central de nuestra ciudad donde se concentraban miles de pilarenses a la espera de los festejos.
Tras el tradicional Tedeum, comenzaba la procesión por las calles de nuestra ciudad, acompañando a la imagen de la Virgen del Pilar que partía del templo llevada por los feligreses y, muchas veces, más atrás, también partiendo de la Parroquia, acompañaba la procesión la imagen de Santiago Apóstol escoltado por los gaiteros que tras finalizar la misma, se concentraban al frente de la iglesia o de la comuna, deleitando con su música y baile a los parroquianos.
Más tarde era el turno del desfile y pasaban frente al palco donde se concentraban las autoridades acompañando el paso de los bomberos voluntarios primero, los escolares, los representantes de instituciones y cerrando el desfile, le daban la consabida autorización al jefe de los jinetes, para que inicie su paso la caballada, no faltando en épocas más cercanas ya en democracia, el paso por el palco de conocidos políticos que montaban sus “pingos” ataviados con las tradicionales pilchas gauchas, en busca de los aplausos y la mirada atenta de sus simpatizantes y, porque no, algunos votos para las elecciones que se avecinaban.
Mientras tanto, tras la desconcentración de los escolares, cuadra por cuadra iban luciendo las damitas sus nuevos calzados, con su blanco impecable y reluciente con, los que no eran estreno pero estaban muy bien conservados, el famoso “líquido Carlitos”.
Mientras tanto, en la muchedumbre, se escuchaba el pregón de la mercancía que vendía el famoso “Manichee” que con su locomotora, máquina en la cual calentaba los maníes y las garrapiñadas o el también famoso vendedor de cubanitos que decía “con el dulce en la punta, como le gustaba a la difunta…”, despertando el “horror” de más de una de las damas que circulaban por el paseo central de nuestra ciudad.
Mientras los gaiteros seguían deleitando a la concurrencia, la gente seguía recorriendo las calles de la plaza y entreteniendo al estómago degustando algún que otro choripán que los puestos de los escolares, futuros egresados de los colegios secundarios, montaban en el paseo.
Ver desfilar a los alumnos de las escuelas primarias y secundarias, las que existían en ese momento como el Almafuerte, el Verbo Divino, el entonces llamado colegio de Hermanas o el más que prolijo Carlos Pellegrini era todo un acontecimiento. Todos al compás de los sones de las bandas militares y marcando el paso como nos enseñaban los profesores de educación física de entonces, Walter Aumenta y Edith Santalíz y también dos ex militares que vaya si sabían de desfiles como Fernando “Fefo” Ferrandíz o don Manuel Jiménez.
Tras la desconcentración llegaba lo más lindo, el tomar un rico Ice Crean en la Bon que Bon del matrimonio Moreno, o en el bar Apolo, o si el apetito era mayor, entrar en el bar Alhambra de la familia Oses primero, y más tarde del recordado Quique Rodríguez, a comer un especial de jamón crudo y queso que entretenía el estómago hasta que llegábamos a casa.
Qué lindas épocas, que lindos recuerdos, no había 12 de Octubre sin procesión o desfile, esperemos que este año se repita porque es la tradición pilarense y el punto de concentración de todas las clases sociales de nuestro partido.
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