Por la Lic. Alejandra Perinetti, Directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Argentina
Con la irrupción de Ni Una Menos se visibilizó en nuestro país la violencia machista, contra las mujeres. Una dolorosa realidad encubierta y silenciada que se roba vidas y destruye familias. Desde aquel emblemático 3 de junio de 2015 y hasta el 20 de mayo de 2019, hubo 1.193 mujeres asesinadas en nuestro país, un dato relevado por el Observatorio de Violencia contra las Mujeres. Es decir, 1 mujer fue muerta a manos de un hombre solo por su condición de mujer, cada 29 horas. El feminicidio es, en un gran porcentaje de los casos, perpetrado por hombres, conocidos, parejas, ex parejas que matan en el marco de una relación de conocimiento y/o afectividad. Cada 26 horas un niño/a se queda solo por causa de violencia de género.
En lo que va de 2019 en nuestro país son más de 100 los niños que quedaron huérfanos por esta causa. Niños que, en muchos casos, fueron testigos de la muerte de su madre a manos de su padre. Niños que se quedan sin referentes afectivos y que ven su vida destruirse en medio del inmenso dolor de perder a su madre. Niños con una marca psíquica que los acompañará de por vida producto del impacto emocional que estas situaciones representan porque además, en la mayoría de los casos, el asesinato sucede en su propia casa, el ámbito que por excelencia debiera ser de afecto y protección.
Los niños y niñas son testigos y víctimas de la enorme violencia que pesa sobre el grupo familiar. Niños y niñas que no solo pierden a su madre sino que además sufren directamente la hostilidad, el temor y la inseguridad al crecer en un contexto donde la violencia es un componente diario del vínculo de los referentes afectivos más importantes de su grupo familiar.
De este infierno de violencia e inseguridad es del que muchas mujeres intentan, al menos, proteger a sus hijos. Patricia Parra, una mujer joven de Río Negro, pudo encontrar un hueco de protección para su hijo cuando sabía que su vida corría peligro con su ex pareja. Patricia construyó un vínculo de afectividad y confianza con una pareja de amigos, a quienes encomendó el cuidado de su hijo ante el abismo que vivía. Patricia supo que no encontraría en la Justicia ni en los organismos especializados protección ante esa pareja violenta. Tuvo razón. Patricia fue asesinada en la privacidad de su propia casa en 2018. Su hijo logró escapar.
Su hijo, un joven de 17 años, no podrá, por supuesto, recuperar a su madre pero tendrá para siempre la protección que su madre le dejó. La actitud protectora y el vínculo solidariamente construido no solo logró preservarlo de esa hostilidad, sino que además le ofreció la posibilidad de contar con el cuidado y protección por parte de referentes afectivos que, sin ser parte de la familia biológica, le ofrecieron la posibilidad de crecer y desarrollarse en un contexto familiar.
Patricia y su hijo son uno en un montón. La Convención sobre los derechos de niños establece que si un niño no puede estar bajo el cuidado de su familia deben agotarse todas las medidas para que la convivencia sea en el marco de la familia extensa o en el contexto comunitario.
En la angustiante situación del hijo de Patricia, los lazos afectivos de la madre se convirtieron en el sostén y contención que el joven tuvo para elaborar la traumática experiencia de vida y la situación de orfandad, desamparo y desprotección a la que quedó expuesto. El derecho a la convivencia familiar fue respaldado por la Justicia, la misma que no pudo proteger a su madre pero que resguardó su bienestar emocional y físico otorgándole la guarda judicial a referentes afectivos conocidos y que tenían el respaldo dado por su madre.
La excepcionalidad de esta situación amerita un fuerte llamado de atención sobre los procedimientos judiciales, para que prioricen el bienestar del niño/a, y la posibilidad de crecer en un entorno seguro, conocido y protector. Sólo cuando una persona se siente segura y a salvo es capaz de estudiar, relacionarse, y desarrollar al máximo sus potencialidades. La pérdida es irreparable pero ese dolor tan profundo se puede sobrellevar mejor a partir del acompañamiento de figuras afectivas asociadas al cuidado y la protección, independientemente del vínculo biológico que los una.
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