Por auguzama
En estos tiempos de cuarentena donde el saludo físico puede llegar a ser desde un delito hasta una sentencia de muerte, sin llegar a pecar de extremista, donde los sentimientos afloran y la paciencia se agota día tras día, minuto a minuto, reinando la desazón y la incertidumbre, es momento de recuerdos, de reflexiones y por qué no, de anécdotas para compartir con los amigos lectores y los “sacrificados” seguidores de esta columna.
Más de una vez nos preguntamos por cuánto, ¿llegaremos?, ¿la pasaremos? Y fundamentalmente, ¿hasta cuándo?
Pero amigos lectores, no sé si la pasaremos, zafaremos y disfrutaremos después de un mundo mejor, cosa que no creo, pero lo que si estoy seguro que para la mayoría de los humanos, esto no es el fin del mundo.
El mundo ha sufrido guerras, epidemias, grandes crisis económicas y como dice la letra de un hermoso tango, “El mundo sigue andando”. El tema es quién lo sigue viendo y quién no. Pongamos optimismo, una gran cuota de paciencia y mucha esperanza y, tal como se pregona día a día, cumplamos la cuarentena y quedémonos en casa.
Pero entrando en el plano de los recuerdos y anécdotas, podemos afirmar que, hasta ahora, “el fin del mundo no ha llegado…”.
Recuerdo hace algo así como 60 años, la familia Zamarripa recién se mudaba al entonces paraje pilarense de La Lonja, cuando no existían ni calles asfaltadas, ni grandes hipermercados, ni countries, ni barrios privados, ni siquiera la capilla San Manuel de la calle Saraví que años más tarde fuera testigo de la unión matrimonial de mi hermana Marta con Eduardo Irigaray y luego la mía con Susana Serantes, la madre de mis hijos y abuela de mis ocho nietos y compañera de esta vicisitud llamada cuarentena.
Yo, el benjamín de la familia, hermano menor de la descendencia, recuerdo cuando un “pretendiente” de Marta, (como diría mi madre), llegó hasta nuestra casa a despedirse. Si, según se decía en ese momento, no recuerdo bien pero sería entre 1958 y 1960, aproximadamente, se venía estimo que esa misma noche, “el fin del mundo”.
Pero este amigo, llamado Jorge Elías hijo del encargado de la fábrica de café Arlistán de Del Viso, a metros de Ruta 8, a quien recuerdo trabajando en el teatro pilarense dirigido por el recordado Jorge Villar, interpretando la obra “Bodas de Sangre”, no era el único que se despedía. La noticia no era tan inmediata porque apenas unos pocos tenían televisor, a válvulas y en blanco y negro, tal vez los que fabricaba otro recordado pilarense, Oreste Fogglia, pero el comentario boca a boca era que sí, muchos creyeron en la “profecía” valla a saber de quién y se plegaron a la despedida.
La gente se abrazaba en las calles, otros hacían la visita a domicilio para demostrar su beneplácito de haberse conocido y, muchos de esos hoy seguimos sobreviviendo, nos despertamos a la mañana siguiente con la gran noticia de que el mundo seguía andando. Por eso amigos lectores, amigos de esta columna de auguzama, sigamos andando lo mejor que podamos, cada uno desde sus casas, los jóvenes cuidando a los mayores, los mayores dando ejemplos certeros y, por sobre todos, pero todos, ¡QUEDEMOSNOS EN CASA!
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