Elsa Zecchini y Hugo César Meisner se conocieron cuando ella tenía 14 y él 18. El destino los cruzó por casualidad cuando él fue a visitar a unos tíos que vivían a la vuelta de la casa de ella; pero ni el tiempo ni la distancia desvanecieron aquel primer encuentro. Fueron muchos años en los cuales la correspondencia era el único canal de comunicación. Un día el joven militar iba a desfilar para las Fuerzas en Capital y Elsa junto a su madre fueron al evento.
Entre ellas tenían un acuerdo, Elsa se iba a parar en una esquina para esperar a verlo salir del subte, si el joven aún le parecía apuesto lo esperaría junto a su mamá en el hotel para conversar; pero si ocurría lo contrario, la señora debía disculparla y despedir al muchacho. Lo cierto es que cuando Elsa volvió a ver a Hugo después de tantos años, sus ojos se iluminaron, su corazón se aceleró y supo que debía regresar junto a su madre para esperarlo. Y así fue como sus caminos nuevamente se unieron, formalizaron su noviazgo, llegó su casamiento, y con él la bendición de tres hijos.
Los años pasaron, al igual que los lugares en los cuales vivieron debido al trabajo de Hugo en las Fuerzas, llegó Malvinas y con ella un 31 de mayo con mates compartidos, y una despedida que iba a ser por unos días se transformó en eterna.
El 1º de junio se cumplieron 40 años de la partida física de Hugo, ¿cómo viviste vos la fecha?
Los primeros de junio siempre son movilizantes para nosotros. Desde el primer momento tuvimos el reconocimiento y homenaje de la gente de acá de Derqui, aunque todo comenzó en Pilar con el señor José Sánchez que fue el concejal que conocía al capellán de Fuerza Aérea, era un amante de la historia y de la guerra de Malvinas, y como había una desmalvinización tan fuerte, él comenzó a realizar todo un trabajo para reivindicar a los héroes de Malvinas. Por aquellos años yo colaboraba con el Hospital, y utilizaba el apellido Meisner, él se acercó a un evento que tenía lugar en el nosocomio y cuando me nombran se acercó y comenzamos a conversar. Desde ese día comenzó todo el reconocimiento.
¿Esto no fue mucho después de su muerte, verdad?
No, no, no. Fue enseguida, querida. Nosotros en el 82 veníamos los fines de semana, pero ya en el 83, 84 nos vinimos a vivir acá definitivamente. Esta era nuestra quinta de veraneo, pero cuando Hugo no estuvo vi que acá la vida era mucho más fácil para nosotros, más económica, más tranquila.
¿Sabés qué fue lo que le sucedió y cómo?
El tema de Hugo fue muy triste, muy doloroso, muy traumático porque él participaba de lo que se llamaban vuelos locos, que recién ahora podemos llamarlos así y sabemos cómo eran. Yo sabía que Hugo volaba, que iba del continente a la isla, que hacían vuelos para llevar soldados, mercadería, de paracaidistas, que también con el Hércules cargaban combustible a los aviones en pleno vuelo, y de búsqueda al último tiempo. Éstos eran vuelos rasantes a 10 metros del mar para localizar los barcos enemigos, dar las posiciones y después iban los aviones y los atacaban; por eso el Hércules fue objeto de guerra, por eso fue derribado y rematado. Ellos iban solos, no estaban acompañados, por eso nadie vio lo que pasó. El compañero venía de un vuelo y cuando pasó le dijo que tenga cuidado porque los ingleses los tenían en la mira. Hugo va hacia la Isla Soledad y ahí iban volando rasante y en un momento que suben para divisar barcos los detectan, y primero les atacan un ala y un motor, y después de atrás los derriban. Pero ellos mandaron un mensaje diciendo que les habían dado en el ala y que iban a tratar de aterrizar para poder salvarse, porque el Hércules no tiene ninguna defensa. Eso fue lo que me dijeron a la 1 de la mañana del día 1º de junio.
¿Cómo te notificaron? ¿Te llamaron por teléfono, fueron hasta la puerta de tu casa?
Fueron hasta la puerta de mi casa los compañeros de Hugo, recuerdo que hasta uno se descompuso. Nosotros estábamos durmiendo (Elsa de 38 años, y sus tres hijos menores de edad), y nos llamaron a la casa de Cuadros y ahí me dijeron que Hugo había mandado un mensaje diciendo que le habían dado en un ala y que se esperaba que hubieran podido aterrizar en un barco de la Cruz Roja que estaba cerca. Yo lo primero que les dije fue que no me tuvieran como a la señora de García Cuerva que había estado más de 15 días hasta que le confirmaron que había muerto. Y les pedí, por favor, que no me hicieran lo mismo, que si al avión lo habían derribado y había muerto la tripulación que me lo dijeran. Pero no nos podían decir nada porque no sabían nada.
¿Cuántas personas estaban en el Hércules junto con Hugo?
La tripulación del Hércules es de siete personas; dos pilotos, Hugo que era el aeronavegante, y cuatro suboficiales que eran mecánicos.
¿Les dijeron algo más?
Nada más, sólo que ese fue el último mensaje de Hugo. En aquel momento nos preguntamos si había muerto, sí estaba con vida, qué había pasado. Nadie nos daba explicaciones. De la Fuerza Aérea no me dijeron más nada. ‘Señora tenemos que esperar, tenemos que esperar’. Entonces esperamos hasta el 14 de julio que vinieron los prisioneros de Malvinas, y estaba la esperanza de que llegara con ellos; pero ni Hugo ni ningún otro de la tripulación llegaron.
Ya las probabilidades eran bajas
Totalmente bajas.
¿Cómo les contaste a tus hijos la noticia? Ellos eran chicos.
Mis hijos eran chicos. Sebastián tenía 9 años, 13 tenía Ariadna y 15 Hugo César. El que me acompañó en todo momento fue mi hijo mayor. Él fue conmigo, a él lo desperté cuando me golpearon la puerta para ir a recibir la noticia. A la mañana siguiente recuerdo que nos levantamos, no les quería decir nada a Sebastián ni a Ariadna porque no estaba yo fuerte para hacerlo, así que fueron al colegio los dos y con Hugo nos fuimos a misa. Y cuando regresaron a casa los chicos del colegio, les dije lo que había pasado y lo que yo sabía.
¿Cómo fue todo a partir de ese momento?
Fue todo muy loco, tenía necesidad de llorar pero pensaba que quizá estaba vivo. Yo hice una negación muy grande, y creo que eso fue lo que me dio fuerzas porque me aferré a la idea de que Hugo podía estar vivo. A todos les decía que no iba a darlo por muerto hasta que no me dijeran que no había ninguna posibilidad de que regresara. Así vivimos hasta el 14 de julio, y el 15 recibimos de la Cruz Roja una carta -que justamente me la mandaron en inglés y yo tuve que recurrir a un vecino para saber qué decía-. En la misma confirmaban que no había posibilidades que estuviera con vida, pero había que esperar. El problema era que nosotros quedamos sin sustento económico, entonces se decidió (debido a que eran como 60 oficiales los fallecidos) que pasado un lapso más corto a lo establecido por ley se iba a dar por muerto e iniciar los trámites de pensión. Fueron años muy difíciles y a mí me daba esperanza venirme para acá y así vivir mejor, tener más tranquilidad económica y alejarme de todo ese entramado de fuerzas; porque muchas veces cuando a una la quieran ayudar más la desayudan. Mis padres también sufrían mucho, no podían concebir que Hugo había muerto y que yo estaba sola con los tres chicos. De todo ese entramado de fuerza para que saliera adelante destaco a los compañeros de Hugo que no me dejaron que vendiera el auto y hasta me pagaron un curso de manejo del Automóvil Club Argentino para que me pudiera mover de un lugar a otro.
¿Nunca habías manejado?
Me había enseñado Hugo y manejaba si estaba él a mi lado. Me acuerdo que me enseñó en el patio de Córdoba con un Morris en una pendiente y el auto que se me iba. Fue de lo más cruel como me enseñó (en su relato surgen las sonrisas por el recuerdo), si no lo tenía a él a mi lado no iba a poder manejar.
Había muchas personas que nos querían acompañar, dar fuerzas, estar. Yo cometí muchos errores cuando me quedé sola, y por algo en la Biblia dicen acompañen a la viuda, pero a veces uno no quiere que la acompañen. Yo en la parte económica podría haber sido más cautelosa, más inteligente para resolver determinadas situaciones, pero es como que vivís con culpa. Yo no entendía porque debía recibir plata y pensaba, me van a dar algo por haber perdido a mi marido; esa fue una de las cosas más duras de soportar. Yo no entendía que era un derecho.
¿Te fue difícil aceptar la muerte de Hugo?
Me fue difícil no saber cómo había sido, la incertidumbre ante lo sucedido.
¿Cómo fue la vida de ustedes acá?
Acá fuimos muy felices. Mientras estuvo Hugo disfrutamos mucho los veranos y los fines de semana, y cuando ya no lo tuvimos esta fue nuestra casa, nuestro hogar. Acá vendíamos pollos, vendíamos huevos, hacíamos la quinta y la verdura era para nosotros. Después yo vendía ropa, compraba en Buenos Aires y la traía acá. Me las rebusqué, me las rebusqué porque yo no tenía título, en ese momento no era Psicopedagoga, y la pensión de Hugo era mínima. No había pensión de Malvinas, y lo que había era bajo. Acá empecé a trabajar, me relacionaba en las instituciones, los chicos iban a la escuela, se hicieron sus amigos. Acá encontramos nuestro lugar.
¿Pudiste despedirte de Hugo?, ¿cómo se enteró él que iba a Malvinas?
En el mes de febrero Hugo nos alquiló un departamento otro mes más en San Bernardo, y a mí me llamó mucho la atención, pero él me convenció porque me explicó que iba a tener muchos vuelos, mucho trabajo y no iba a estar. Entonces me dijo: aprovechá y disfrutá con los chicos. Después comprendí que él me alejó. Hugo era muy reservado, todo lo opuesto a mí, y en lo reservado que era yo no imaginaba nada de nada. Y cuando volvimos en marzo mi mamá notó que algo pasaba, que estaba más nervioso, que hacía muchos más vuelos que de costumbre. Y el 2 de abril me llama por teléfono y me dice: estamos en guerra con los ingleses. Gordita, estamos en guerra.
¿Hugo hacía misiones?
Sí. La primera misión que tuvo fue muy peligrosa, dificilísima, a las Islas Orcadas. Allí hubo un revuelo y a Hugo le tocó volar hasta allá desde Ushuaia durante muchos días. Él no fue directamente a Malvinas. Cuando volvió a casa (creo que a los diez o quince días) le pregunté por qué sólo él tenía que ir allá, por qué no iban otros aeronavegadores. ‘Gordita no digas nada’, era una de sus respuestas. Hugo siempre comentaba que el hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. Cuando volvió de esa primera misión en la guerra (estuvo por unos días en su casa) estaba demacrado, desencajado, desmejorado por lo que veía. Después fueron todas las fuerzas para allá y Hugo hacía base en Comodoro. Estaba allá una semana y volvía acá otra.
La última reunión familiar que tuvimos, a la cual invitó a sus padres porque sabía que lo que hacía era muy peligroso y podía morir, fue el 25 de mayo. Y el 1º de junio falleció.
Esos últimos días que estuvo acá estaba desesperado por dejar toda la casa acomodada, viste que siempre en las casas hay cosas por hacer, se ponía a limpiar, a pintar, quería terminarle la habitación a Ariadna. Y yo le decía: dejá Hugo que lo hacemos cuando termine la guerra. Pero él lo hizo todo antes de la última misión. Estuvo desde el 25 y hasta el 31 de mayo trabajando en la casa, compartiendo con los papás y con nosotros. Y yo pensaba, que necesidad tiene Hugo de hacer ahora todas estas cosas.
¿Nunca pensaste que podía morir?
Yo ni remotamente pensaba que podía morir, la verdad que no. En mi mente asociaba el Hércules con transporte, no con vuelos que pudieran costarle la vida, no que era objetivo de guerra.
¿Vos pudiste despedirte de él el mismo día de su muerte o el anterior?
El 31 de mayo salió a las 5.30 de la mañana. Nos levantamos, tomamos unos mates, nos despedimos, lo acompañé, tomó el colectivo de la fuerza y se fue. Y a la 1 de la mañana del 1º nos golpearon la puerta trayéndonos la noticia.
Ya pasaron 40 años de aquel último encuentro, de aquella mañana tomando mates pensando en el regreso. Elsa tiene la certeza de haberle dicho a Hugo todo lo que sentía, todo lo que pensaba; para ella no quedaron cuentas pendientes, aunque le hubiera encantado compartir junto a su esposo momentos únicos de sus hijos o de sus nietos.
Los rayos tenues del sol se asoman entre la frondosa vegetación del parque. La mirada de Elsa se vuelve hacia la ventana del comedor y al observar el auto en el jardín comenta que Hugo hubiera disfrutado mucho estar lavándolo. Él era un hombre muy sencillo, disfrutaba de los pequeños grandes momentos de la vida.
Clarisa Bartolacci
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