El científico pilarense que transforma la medicina cannabica
El investigador del CONICET, vecino de Pilar, presentó junto a su equipo un método económico y doméstico para medir THC y CBD en plantas de cannabis. En una charla con Resumen, repasó el impacto del desarrollo, su preocupación por la resistencia antimicrobiana y su recorrido como científico en Argentina.
Por Felipe Zeballos, de la redacción de Resumen
Pilar volvió a marcar presencia en el mapa científico gracias al trabajo de Paulo Maffía, investigador del CONICET que, junto con sus colegas Matías Garavaglia y Ángel Arias, desarrolló Cannacolor, un kit pensado para que cualquier persona pueda evaluar en casa la concentración de THC y CBD de una planta de cannabis. La herramienta, diseñada en el Laboratorio de Aplicaciones Biotecnológicas y Microbiología de la Universidad Nacional de Hurlingham, fue presentada este año en la Expo Cannabis en La Rural y se convirtió en una de las novedades más comentadas del evento. El dispositivo se ofrece como una alternativa accesible a los análisis tradicionales, que suelen ser costosos o difíciles de gestionar para quienes cultivan cannabis con uso terapéutico.
Cannacolor consiste en un test colorimétrico semicuantitativo que, mediante una serie de reactivos químicos, permite identificar en pocos minutos la presencia de los dos cannabinoides más importantes: el THC, responsable del efecto psicoactivo, y el CBD, asociado a propiedades medicinales clave para cuadros como epilepsia refractaria, trastornos neurológicos y dolor crónico. Su funcionamiento es sencillo: la muestra vegetal se mezcla con los reactivos incluidos en el kit, y las variaciones de color indican la concentración aproximada de cada compuesto. Con capacidad para realizar entre cinco y diez pruebas por unidad, la herramienta busca ofrecer claridad en un escenario donde las diferencias químicas entre variedades de cannabis pueden ser determinantes para el éxito de un tratamiento.
Mientras avanza en este proyecto, Maffía continúa abocado a una de sus líneas de trabajo más sensibles: la resistencia antimicrobiana. En conversación con Resumen, describió un panorama que considera cada vez más complejo y que, sostiene, no recibe la atención pública que merece. Según explica, Argentina no es ajena a la tendencia global que muestra un incremento constante de bacterias resistentes a múltiples antibióticos. El fenómeno, que se ve sobre todo en ámbitos hospitalarios, representa un desafío urgente para la medicina moderna.
El investigador apunta que, en instituciones como el Instituto Malbrán con el que su laboratorio mantiene colaboración, ya se reciben con frecuencia aislamientos bacterianos con niveles alarmantes de resistencia. Algunas cepas, incluso, se consideran pan-resistentes: prácticamente ningún antibiótico disponible logra controlarlas. Estas situaciones suelen aparecer en entornos donde los microorganismos están expuestos de manera constante a tratamientos, como las unidades de terapia intensiva. Allí, la presión selectiva causada por los antibióticos genera condiciones ideales para que las bacterias evolucionen mecanismos de defensa cada vez más sofisticados.
Para Maffía, es crucial que se fortalezcan los protocolos de higiene hospitalaria, porque la prevención sigue siendo una de las herramientas más efectivas para frenar el avance de estas infecciones. También destaca la importancia de que el uso de antibióticos en la población general sea realmente regulado, ya que durante años se vendieron medicamentos sin receta y eso contribuyó al uso indiscriminado. Una medida reciente intenta revertir esta práctica, exigiendo prescripción obligatoria, aunque para el científico la regulación debería ser más amplia.
La resistencia antimicrobiana, sin embargo, no es solo un problema humano: también está profundamente vinculada con la producción animal. En ese sentido, Maffía remarca que la utilización de antibióticos en tambos, granjas avícolas y criaderos porcinos ha sido históricamente descontrolada, generando bacterias resistentes que pueden terminar afectando a las personas. Explica que, durante décadas, se utilizaron antibióticos como "promotores de crecimiento" en aves y cerdos, una práctica que estimulaba el desarrollo de los animales aunque favorecía la aparición de cepas bacterianas más resistentes. Incluso recuerda que, en algunos países, se llegó a administrar colistina, un antibiótico de último recurso en medicina humana, en grandes cantidades dentro del alimento porcino, lo que agravó aún más el riesgo.
Para el investigador, abordar este problema implica actuar simultáneamente en salud humana y veterinaria, porque las bacterias no distinguen fronteras. Lo mismo sucede en actividades como la piscicultura, donde también se emplean antibióticos que terminan en el ambiente y contribuyen al desarrollo de resistencia. La preocupación es global y creciente, y forma parte de las discusiones contemporáneas sobre el futuro de la medicina.
Maffía no sólo es un científico e investigador, sino que también se desempeña como docente universitario, un rol que considera central en la formación de futuras generaciones científicas. A raíz de esto, reflexiona sobre cómo cambiaron los hábitos de estudio y cómo las instituciones deben adaptarse a un alumnado que creció consumiendo contenidos rápidos, audiovisuales y disponibles a demanda. Según señala, hoy se exige que las carreras sean más dinámicas y que el conocimiento se transmita de formas que compitan con la velocidad de las nuevas tecnologías, sin perder rigor académico. Para los docentes, explica, esto implica revisar métodos y estructuras sin renunciar a la esencia crítica y metódica de la formación científica.
Su camino como investigador comenzó desde muy temprano. Se crió en Pilar, estudió en el Instituto Verbo Divino y más tarde eligió seguir la Licenciatura en Biotecnología en la Universidad Nacional de Quilmes. La curiosidad permanente y el deseo de aprender fueron, según cuenta, los motores que lo llevaron a dedicarse a la ciencia. Ese mismo impulso lo acompañó después en su carrera dentro del CONICET y en su vocación docente, que considera complementaria a la investigación. La ciencia, reflexiona, necesita tanto de quienes generan conocimiento como de quienes forman a las nuevas camadas de profesionales.
"El desarrollo de Cannacolor surge en ese cruce entre investigación aplicada, necesidad social y avance tecnológico. Se trata de una herramienta que busca democratizar el acceso a información fundamental para quienes dependen de formulaciones precisas en terapias con cannabis medicinal. En un país donde la regulación avanza, pero los costos de los análisis aún representan un obstáculo para muchos usuarios, la posibilidad de contar con un test doméstico y económico puede marcar un antes y un después", remarcó el investigador.
Para Maffía, la ciencia argentina tiene una cualidad distintiva: la capacidad de generar soluciones creativas con recursos limitados. Cannacolor es un ejemplo de ello y demuestra cómo los equipos locales pueden impulsar innovaciones útiles, accesibles y de impacto directo en la vida cotidiana. El kit, además, refleja un cambio cultural en torno al cannabis medicinal, cada vez más aceptado y demandado por pacientes y profesionales de la salud.
Mientras su nombre empieza a resonar en ámbitos científicos y tecnológicos, Maffía mantiene la misma convicción que lo guió desde adolescente: la ciencia es una herramienta para entender el mundo y, al mismo tiempo, para transformarlo. Desde Pilar, su trabajo combina investigación de alto nivel, desarrollo tecnológico y un firme compromiso con la educación, trazando un recorrido que hoy lo convierte en una de las figuras locales más destacadas del ámbito científico.

