Ultimo exponente de una gran dinastía de peluqueros. Hace pocos días cumplió 50 años en la profesión, 45 de ellos en su histórico local de las 5 Esquinas en Pilar. Comenzó a los 8 años como aprendiz en la Peluquería de Pablo Morelli, frente a la plaza 12 de Octubre. Luego pasó a Patty-Manzanares. Su primer corte lo hizo a los 12 años en el negocio de Rolo Calderón, colega de Morelli y siguió cortando los fines de semana en la plazoleta Basabe, frente a la estación de trenes del ferrocarril Urquiza, a los chicos del barrio. Luego de cumplir con el servicio militar, junto a un amigo firmaron un convenio con los delegados de la ex fabrica SIT y atendían a los empleados y operarios en un local del sindicato ubicado en Rivadavia y Fermín Gamboa. Cinco años después se independizó y abrió su propio local, a una cuadra: el tradicional e histórico reducto de las 5 Esquinas.
Desde hace casi un año, se mudó a un local en la calle 11 de Septiembre y Junín, en la antigua casa donde vivieron sus abuelos. Armando no pudo haber tenido otra profesión que la de peluquero, oficio que trajeron de Italia sus bisabuelos.
Sin dudas, la fama de gran conocedor del cine nacional e internacional, mas su afición casi obsesiva de coleccionar fotos y documentos del Pilar del ayer, trascendió a su oficio de peluquero. Distinguido como Ciudadano Ilustre del Partido de Pilar, reconocido por nobles instituciones como el Club de Leones Fátima –Pilar, colaborador en medios de comunicación locales y del mismísimo Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken, Armando Mathias D’Auria es sin dudas uno de las personalidades más populares de nuestra ciudad. Hace pocos días cumplió 50 años con la profesión y ameritaba tener su espacio en los Reportajes de la Semana del
Diario Resumen.
¿Sin dudas, haberte mudado a este lugar es de alguna manera haber vuelto al barrio de tu infancia y del que nunca te fuiste?
Exactamente, hace ya 10 meses que me mudé. Hace más o menos tres años que tenía la idea de venirme al barrio donde había comenzado mi bisabuelo cuando llegó de Italia. Incluso papá me conté que no menos de 35 familiares se dedicaron a la profesión, entre ellos mi abuelo Mathias, mis tíos Humberto y Agustín, que con 90 años de edad cumplidos, seguía cortando el pelo; incluso mi bisabuela también fue peluquera. Ella tenía un parentesco con los Morelli y fue quien los incitó a dejar Italia y venirse a vivir a Pilar. Luego los Morelli trajeron a los Vitale, iniciando así una oleada de inmigrantes a nuestro pueblo.
¿A qué edad empezaste en el oficio?
Los primeros pasos los di en lo de Pablo Morelli, un gran peluquero que tuvo Pilar frente a la Plaza, en la calle San Martín, en un local que estaba al lado del almacén de ramos generales de la familia Basilio. Cuando empecé, tenía 8 años. Estuve con Morelli unos dos años, corrían los primeros años de los ’50. Después pasé a Patty-Manzanares. Tendría yo unos 11 o 12 años, cuando hice mi primer corte. Un día me manda a llamar Rolo Calderón, otro gran peluquero de Pilar, le dijo a mi patrón si ‘no le mandaba un rato al chico a cuidar su peluquería’, porque tenía que ir a hacer unos cortes de pelo a la comisaría, que estaba entonces en la calle Lorenzo López. Mientras esperaba a Calderón, llegó al negocio un cliente, Novasutti, que tenía fábrica de rieles para cortinas y me pregunta por el dueño. Le dije donde había ido, pero el hombre estaba apurado así que me dijo ‘entonces cortame Vos’, lo hice y tan bien que me pagó el doble. Ahí arranqué y cuando no estaba Patty, les decía a los clientes si no querían cortarse conmigo el fin de semana, cuando no abría la peluquería. Yo preparaba un banquito y lo llevaba a la plazoleta Basabe, frente a la estación del Urquiza y les cortaba el pelo a los vecinos del barrio, en el medio del campo, debajo de un eucaliptus, Carlitos Cordone, dueño de la parrilla El Descanso y los Lubo se deben acordar de lo que estoy contando. Hacía unos l5 cortes por día, que me ayudaron mucho, sobre todo cuando tuve que hacer la colimba. Sin dudas, la felicidad mía la encontré con el peine y la tijera.
"Yo preparaba un banquito y lo llevaba a la plazoleta Basabe, frente a la estación del Urquiza, y les cortaba el pelo a los vecinos del barrio, en el medio del campo"
¿Cuándo te independizas y pones tu propio local?
El local llegó cuando tenía 23 años. Antes estuve con otro amigo en un local de la fabrica SIT. Con otro peluquero amigo hicimos un convenio con los delegados que nos cedieron un local del gremio, una casa antigua que alquilaban a la familia de la zapatería Ritmo, en Rivadavia e Independencia. Ahí durante unos cinco años atendíamos a público en general y les hacíamos un descuento a los empleados y operarios de la fábrica.
Entonces me entero que se desocupaba una cuadra más adelante, en las 5 Esquinas, la casa de Norma Valera y el papá me lo alquila. Ahí empiezo a trabajar solo. A partir de ese momento, nunca me gustó tener a alguien al lado mío y será por eso que no tengo a quien dejarle el legado del oficio. Incluso hace poco, cuando cerré en las 5 Esquinas, me quisieron llevar a Estancias del Pilar, para trabajar con un peluquero famoso y no quise. A mí me gustan las peluquerías de barrio, en las que sus espejos ven el andar de la gente diariamente.
En 2009 tuviste un ACV que te tuvo al borde de la muerte. Viviste una experiencia sobrenatural al respecto.
Es cierto, tuve un episodio de ACV que luego se complicó con un extraño virus que me tuvo 28 días en coma, después de haber estado nueve internado en el Hospital de Pilar. Milagrosamente y con la ayuda de médicos pilarenses y profesionales del Hospital Muñiz volví a la vida, cuando ya había sido prácticamente desahuciado. Cuando volví a Pilar y abrí el negocio, me asombró ver la cantidad de cartas que me habían dejado debajo de la puerta. También la gente había encendido velas y dejado estampitas de santos en la entrada de la peluquería. Esas cartas las tengo en la mesa de luz de mi dormitorio en la casa de mamá y las suelo leer de vez en cuando.
Tuve otro ACV al poco tiempo, del cual también salí sin ninguna secuela, más allá de dolores musculares. Curiosamente, los dos ataques se produjeron mientras estaba trabajando, así que la atención de emergencia llego rápido en las dos ocasiones gracias a los clientes que estaba atendiendo. Tengo que agradecer de todo corazón a los doctores Zúccaro, Atchabahian y Olivieri, que se ocuparon de mí todo el tiempo. Sufrí mucho estando internado y hay cosas que me han vuelto a la mente mucho tiempo después.
Recuerdo por ejemplo que cuando me llevaban al Muñiz el doctor le dice a mi sobrino Martín que lo llame urgente a mi hermano Fernando, para que prepare todo, porque me estaba yendo. De pronto, tuve un aliento de vida, sentí como que se abrían los cielos y se me apareció la imagen de mi mamá Paca que estaba junto a un sacerdote, que resultó ser el Padre Alvaro, ya fallecido. Mucho tiempo después me enteré que ese cura de origen portugués es el alma mater de la Universidad Austral.
Una vez, ya recobrada mi salud, me encontré con un amigo que me dijo ‘¿sabes a quién le pedí por tu salud, al padre Alvaro’. Mamá en aquella aparición me dijo ‘quedate tranquilo hijo, vas a volver…’ y después desapareció. Mamá Paca había fallecido ocho años atrás. Esa experiencia me cambió la vida, a partir de ese momento veo las cosas de otra manera, me acerqué más a Dios, aunque no vaya tanto a la iglesia. ‘Ir a la iglesia es importante, pero acordate que a la iglesia también va el diablo’, me dijo alguna vez Monseñor Laguna, cuando era director del Seminario de San Agustín en San Isidro. No asisto a misa, mi iglesia, mi manera de estar en la casa de Dios es estar viviendo en la casa de mi madre. Si Dios quiere, el 12 de diciembre cumplo 75 años. Es notable como me he renovado después de cada ataque. Eso se lo debo a los médicos que ya nombré y a los urólogos Alberti, Coronel, Reyes y Medel. No nos podemos quejar en Pilar, tenemos excelentes médicos.
¿Fue muy traumático haberte mudado de las 5 Esquinas a la calle 11 de Septiembre?
El cambio fue para bien, esperé justo para hacerlo 49 años y dos meses, fue ese el momento, todo te llega en la vida. Me sienta muy bien estar acá. En esta misma calle, unas cuadras más al fondo, se filmó Caballito Criollo, película donde trabajé de extra junto a otros chicos de Pilar. Me gusta el cine nacional. Todas las mañanas cuando abro el negocio a las 10, prendo el televisor y sintonizo canal Incaa Tv, para ver qué película dan y si me interesa, la veo tranquilo en la repetición a las 4 de la tarde.
"Sin dudas, la felicidad mía la encontré con el peine y la tijera"
Aunque la calle se llama en realidad Eva Perón, a quien admiro y respeto, no tengo ideas políticas concretas, pero desde el día en que Evita me tiró un juguete pasando con el tren por Pilar, allá por el ’51, me convertí en su incondicional admirador. En síntesis, me gusta el barrio, la gente. Yo lo elegí, me gusta que Peluquería Armando esté en esta casa que hizo mi abuelo en 1895, donde también hubo una peluquería. Una casa que me trae muchos recuerdos, como la verja que hizo con sus propias manos mi papá. El futuro de la peluquería, lo veo bien. Elegí estar acá hasta el final de mi vida. Sé que esta es la última etapa y voy a morir sin dejar el oficio. Me levanto todos los días con ganas de cortar el pelo y lo tomo como un premio que me dio la vida.
¿Si no hubieras sido peluquero qué profesión te hubiera gustado?
Si no hubiera sido peluquero hubiera sido galán de cine. Pero la vocación de peluquero estuvo de chico, aunque también en esa época si me hubieras preguntado te habría respondido que jardinero o maestro.
Anécdotas en el sillón del peluquero
A lo largo de 50 años de profesión, son miles las anécdotas de que me ha referido este singular personaje pilarense en su cotidiano lugar de trabajo, acá van un par de ellas.
La araña de goma. Quien haya conocido el local de las 5 Esquinas, recordará que Armando siempre quiso que el local luciera en su estado original; las paredes descascaradas eran parte de la escenografía que recibía a su pléyade de clientes, mayormente tapizadas con afiches de películas, chapas de publicidad enlozadas, fotos de artistas consagrados como The Beatles, Depeche Mode, Elvis Presley, New Kids On The Block, Pink Floyd, junto a actores de la talla de Paul Newman -a quien conoció personalmente- y posters de Racing Club de Avellaneda –el club del que es hincha el peluquero- y un retrato autografiado del recordado delantero de River Oscar “Pinino” Mas, entre otros ídolos de la canción, el teatro, el deporte y por supuesto el cine.
Los techos altos del centenario local con sus cabreadas pintadas a la cal, dejaban ver en varios sectores que al peluquero no le molestaban en lo más mínimo las intrincadas telarañas que se fueron formando a lo largo del tiempo. Una vez llegó un chico de corta edad acompañado por su madre. Armando lo sentó en el sillón, colocando un suplemento en el asiento que tenía para que los pequeños clientes quedaran a la altura de sus diestras manos. En lo mejor del corte, se descuelga del techo una araña de grandes dimensiones que se posiciona justo frente a la vista del niño, que irrumpe en un alarido de terror cuando ve al arácnido flexionando sus ocho patas delante de sus ojos, suspendido en un fino y oscilante hilo de seda. Rápido de reflejos, el peluquero saca al indeseable intruso de un manotazo, mientras intenta calmar al chico diciéndole: “No tengas miedo, es una araña de goma que me regalaron mis sobrinos”.
Por favor, por la puerta de servicio. En una oportunidad llega a la peluquería abarrotada de clientes esperando ser atendidos, un señor de entrada edad con muy poca paciencia. Los que vamos a lo de Armando sabemos que la diosa paciencia debe estar de nuestro lado, ya que el hombre manos de tijera, le dedica tiempo a cada corte, matizando el servicio con relato de anécdotas y hasta alguna salida a hacer compras al supermercado o para jugar un numerito a la quiniela, mientras deja a medio atender a su ocasional cliente, sentado en el sillón y con la bata puesta.
El hombre en cuestión quería que el peluquero le cortara los vellos de la nariz y no tenía muchas ganas de esperar su turno para ser atendido. En algún momento, Armando le dice a la persona que estaba atendiendo que debía salir un momento a hacer un trámite, que ya volvía. Como de costumbre, Armando tardó más de la cuenta en volver al negocio, hecho que exasperó al maduro e impaciente hombre mayor, que decidió atenderse por su cuenta. Se levantó de la silla, se acercó al escaparate donde estaban las tijeras, tomó una y frente al amplio espejo comenzó a acicalarse. Pero, como dice el refrán, zapatero a tus zapatos: una mala maniobra con las afiladas puntas de la tijera cortaron una venita de las fosas nasales del ansioso cliente, produciéndole una hemorragia que no lograba parar. El herido se puso blanco, comenzó a temblar y se sintió mareado. Ante la sorpresa general del resto de los presentes, lo sentaron en el sillón, con la cabeza hacia arriba. Uno de los clientes le colocó una toalla, tratando de frenar inútilmente la sangre que le salía a borbotones. Alguien llamó a emergencias del Hospital Sanguinetti y al rato apareció una ambulancia que estacionó frente a la peluquería. En eso llegó Armando que se enteró de lo sucedido. Miró al frustrado barbero y llamó aparte al enfermero que daba órdenes para que bajaran una camilla de la ambulancia y así trasladar al hospital al herido, debilitado por la pérdida de sangre.
La peluquería tenía al lado de la entrada principal, otra puerta que comunicaba a través de un angosto pasillo a otras dependencias del local, entre ellos los sanitarios y una amplia habitación que hacía las veces de archivo y oficina del peluquero. También el pasillo daba a una entrada interior, con entrada directa a la peluquería. “Les voy a pedir un favor muy grande –le dijo Armando a los enfermeros que ya habían cargado al infortunado sobre la camilla-. No lo saquen por la puerta principal, usen la de servicio. Pasen por el pasillo que yo les abro. No sea cuestión que alguien vea lo que le pasó a este hombre y piense que el que le corto la vena en la nariz fui yo”.
Oscar Orlando Mascareño
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