Dicen que todo cambio genera crisis y vaya si Pilar lo sabe. En el año 1961 la calle Rivadavia en la ciudad cabecera del distrito era doble mano y ante la pavimentación de San Martín, el gobierno del intendente Juan Cirilo Sanguinetti decidió que la arteria principal del pueblo fuera única mano.
Pero los cambios en el tránsito generaron profundas divisiones, tanto en el sector político como entre los comerciantes y vecinos, tal como lo refleja el archivo de Resumen que fue testigo de una discusión que llevó largo tiempo.
En lo que respecta a la política, el Concejo Deliberante, lo vivió como si “se estuviera tratando el enchapado en oro de las calles de Pilar, o el envío de un cohete a la luna” –según relataba Resumen-. Nada alejado a lo que se vive en el cuerpo legislativo en la actualidad.
“Pilar es ya una ciudad en franca evolución, con una población importante que no puede seguir presenciando cómo se juega a "la gran política" mientras sus problemas crecen. Si para adoptar una medida universalmente superada se pierde tanto tiempo, ¿qué ocurrirá cuando haya que discutir verdaderos problemas urbanísticos? El progreso de Pilar puede marchar unas semanas a contramano, pero siempre NO”, se cuestionaba desde las páginas de este diario.
Los chispazos fueron tan grandes que desde la Juventud Radical Intransigente cuestionaron a la Unión Conservadora y el Radicalismo del Pueblo, por las reformas “al original proyecto sobre ordenamiento del tránsito. Se han contemplado intereses particulares, que en nada coinciden con el deseo común de ver a Pilar con orden en sus calles. El Ejecutivo ha invertido $600.000 para pavimentar la calle San Martín para que sirva al desahogo del tránsito. Pero se insiste en el desorden de ver a la calle Rivadavia con dos manos. ¿Por qué? Tendríamos que preguntárselo a los conservadores y radicales del Pueblo, que son los padres de tan brillante iniciativa”.
Y como si fuera una disputa entre ducotistas y achavalistas, fustigaban: “no es este el momento de dejar que intereses antipilarenses priven sobre una ordenanza largamente deseada. Que J. Sanguinetti frene esa reforma nacida fuera de la verdadera opinión del pueblo”.
Sin embargo, desde el otro lado no tardaron en responder. “La Unión Conservadora se dirige a la opinión pública para deslindar responsabilidades. Hemos sido atacados arteramente y en forma procaz por el partido gobernante, nos tilda de obstruir su obra de gobierno”, se defendían.
“Los conservadores apoyamos cualquier obra de provecho aunque provenga de nuestro más encarnizado enemigo. Consideramos que los vecinos que han invertido dinero en mejorar y hermosear sus calles y edificios, no pueden verse perjudicados por la disminución del valor comercial que significa la limitación del tránsito”, cuestionaban.
Asimismo, desde la calle también las posiciones estaban divididas. “No se ha vuelto a oír nada sobre la reglamentación del tránsito en las calles Rivadavia y San Martín. Quizá era una ordenanza prematura para Pilar. Yo no creo que hiciera tanta falta establecer calles de una sola mano en este pueblo”, decía un vecino.
Pero del otro lado aventurando el futuro y la realidad que vivimos hoy en el centro de la ciudad, consideraban que “dentro de poco, al ritmo que es estamos creciendo, ya no se podrá circular tranquilo por el pueblo, ciudad. Esos problemas deben solucionarse pensando en el mañana. Porque después, generalmente resulta tarde”.
“Yo creo que los comerciantes de la calle Rivadavia, que se sentían afectados por la medida tenían razón. Acababan de instalar a su costo un servicio de alumbrado especial para elevar la importancia de su calle y no es lógico que ni bien lo hacen, el valor comercial de la calle disminuye con una medida discutible”, afirmaba un pilarense que prefería dejar los cambios para el futuro.
“Si el tránsito por Rivadavia se reducía a la mitad en una dirección, se duplica en sentido contrario. El resultado sería el mismo. Por otra parte, si los intereses generales van a estar supeditados a los intereses de un grupo, ningún pueblo progresaría”, fundamentaba quien defendía las reformas.
Y ya como si fuera una cuestión de hoy que genera amores y odios como puede ser la eterna propuesta de mudar la terminal de colectivos, quien apoyaba la propuesta del gobierno municipal, afirmaba: “no admito que el cambio de mano perjudica seriamente los intereses de los comercios de la calle Rivadavia. Si así fuera, todas las arterias del país con una sola mano se hubieran arruinado comercialmente. Y eso no es verdad”. Lo cierto es que tiempo después finalmente el proyecto del intendente Sanguinetti prosperó y Rivadavia como hasta hoy fue única mano.
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