Miguel Hernández es uno de los poetas más extraordinarios que ha producido la literatura española de todos los tiempos. En su breve vida, pues vivió sólo 31 años (había nacido en Orihuela, Alicante, el 30 de octubre de 1910 y murió el 28 de marzo de 1942) produjo una obra poética que conjuga la fuerza, la pasión con el más fino lirismo.
Entre las particulares circunstancias de su vida está el hecho de haber sido desde muy joven un humilde pastor de cabras a quien el cura del pueblo le prestaba los libros del Siglo de Oro español y es así como su espíritu sensible se fue nutriendo del riquísimo material poético de aquel siglo. Garcilazo, Góngora, Quevedo, Lope de Vega fueron en realidad sus maestros.
Muy joven, a los 16 años comenzó a escribir. Su primer libro fue “Perito en Lunas”, el que editado en 1923 asombraría a quienes lo leyeron por la perfección de su factura. Miguel Hernández sujetaba por entonces su escritura a las normas poéticas de sus maestros, de manera tal que escribiría sonetos, octavas reales, liras. Cuando arribó a Madrid con su primer poemario tomó contacto con el rico mundo poético de la época, el cual junto con el clima de libertad creativa de esos años y la amistad que entabló con poetas como Neruda y Aleixandre, entre otros, revolucionarían su espíritu y su obra.
Vida y poesía
En M. Hernández vida y poesía están íntimamente unidas de manera tal que todos los importantes sucesos de su vida estarán presentes en sus poemas: las amistades, el amor avasallante por josefina Manresa, quien finalmente será su mujer; el nacimiento y la muerte del primer hijo, el nacimiento del otro hijo en los trágicos tiempos de la guerra civil, la oprobiosa guerra civil, el amor por su tierra, por sus semejantes, por la vida y por la libertad. Todo ello es el material que alimenta su poesía. Pero, también están en ella sus dolores, su decepción, su rebeldía y esa dignidad que no pudo opacar ninguna cárcel, ninguna humillación. Su muerte, como él anticipó, no apagó su voz que muchas veces se hizo canción y traspasó fronteras y épocas.
Desatada la guerra civil en 1936, como muchos de sus contemporáneos, participó activamente defendiendo el legítimo gobierno de la República. Con la derrota en 1939 padeció cárcel y fue condenado a la última pena. Su cuerpo diezmado por el sufrimiento y la miseria enfermó gravemente, murió en prisión el 28 de marzo de 1942.
Su obra publicada comienza con Perito en Lunas de 1933, continúa con El silbo vulnerado de 1934, El rayo que no cesa de 1934/35, El hombre acecha de 1939 y Cancionero y romancero de ausencias de 1938 a 1941. Escribió también algunos autos sacramentales y obras de teatro breves como “El labrador de más aire”.
Las antologías han recopilado numerosos poemas que no pertenecen a los poemarios nombrados, muchos de los cuales permanecían inéditos a la muerte del autor. En los textos de Hernández se percibe una evolución que se traduce en una creciente libertad creadora y finalmente en la intensa brevedad de los poemas del Cancionero y romancero de ausencias. Rescatamos unos versos del poeta que expresan con precisa belleza mucho de lo que aquí hemos estado intentando expresar.
“No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán me, no.
Este mundo de cadenas
me es pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?
A lo lejos tú, más sola
que la muerte, la una y yo.
A lo lejos tú, sintiendo
en tus brazos mi prisión,
en tus brazos donde late
la libertad de los dos.
Libre soy, siénteme libre
Sólo por amor.”
Neruda habla de Miguel Hernández
Fragmento de un texto publicado por la revista “Qué Hubo” en Santiago de Chile en 1940.
(...) Yo había leído antes de que Miguel llegara a Madrid sus autos sacramentales, de inaudita construcción verbal. Miguel era en Orihuela pastor de cabras y el cura le prestaba libros católicos, que él leía y asimilaba poderosamente.
Así como el más grande de los nuevos constructores de la poesía política, es el más grande poeta nuevo del catolicismo español. En su segunda visita a Madrid, estaba por regresar cuando, en mi casa, le convencí que se quedara. Se quedó entonces, muy aldeano en Madrid, muy forastero, con su cara de patata y brillantes ojos.
Mi gran amigo, Miguel, cuánto te quiero y cuánto respeto y amo tu joven y fuerte poesía. Adónde estés en este momento, en la cárcel, en los caminos, en la muerte, es igual: ni los carceleros, ni los guardiaciviles, ni los asesinos podrán borrar tu voz ya escuchada, tu voz que era la voz de tu pueblo.
Pablo Neruda
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