La Espiga de Oro reabrió su local original y recuperó la esquina que marcó a generaciones
La tradicional panadería familiar, con más de 90 años de historia en el distrito, reinauguró su emblemática sede de Yrigoyen y Vergani. María Isabel Ghiglione destacó que el proyecto fue una manera de honrar el legado del fundador.
La Espiga de Oro es uno de esos nombres que en Pilar se pronuncia con familiaridad, casi como parte del paisaje urbano y emocional del distrito. Su historia comenzó en 1933, cuando Sabino Rodríguez, abuelo de la actual generación al frente del negocio, se instaló con su panadería en una zona que por entonces empezaba a consolidarse como centro comercial. Desde entonces, el crecimiento del pueblo y el de la panadería caminaron en paralelo, convirtiendo al local en un punto de referencia cotidiano para miles de vecinos.
A lo largo de las décadas, el local principal funcionó en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Víctor Vergani, un sitio cargado de recuerdos para distintas generaciones. En 1980, la familia decidió trasladarlo a mitad de cuadra con el objetivo de unificar la producción con el mostrador y mejorar la dinámica interna del trabajo. Esa mudanza supuso un paso clave para acompañar las necesidades del momento, aunque la esquina original permaneció siempre presente como un símbolo de identidad.
Con el paso del tiempo, la familia Ghiglione sintió que era necesario dar un nuevo impulso al negocio, modernizar la imagen y, al mismo tiempo, sostener la esencia que acompañó a la marca durante más de nueve décadas. Ese camino comenzó en 2019, con la apertura de la sucursal de Logroño, ubicada en el kilómetro 50,5 de Panamericana, una apuesta que permitió ampliar la presencia de la panadería y atraer a nuevos clientes.
La nueva etapa terminó de tomar forma este año, cuando la familia tomó una decisión que combinó memoria, estrategia comercial y afecto comunitario: recuperar la esquina original y transformarla en un local renovado. La obra implicó rediseñar el espacio para adaptarlo a las necesidades actuales, sin perder el espíritu que los clientes reconocen desde siempre. "Como familia decidimos que teníamos que mejorar la imagen del local original y que el mejor camino era volver al origen, a esa esquina tan simbólica y querida por los vecinos, y así lo hicimos: recuperamos ese espacio y lo transformamos en un local renovado, cálido y moderno, pero con el alma de siempre", explicó María Isabel Ghiglione, propietaria de la panadería, en diálogo con Resumen.
La inauguración estuvo marcada por una fuerte carga emotiva. Según relató Ghiglione, muchos vecinos y clientes habituales compartieron anécdotas de su niñez, recordando cómo compraban pan en ese mismo sitio décadas atrás. Ese vínculo afectivo fue una de las mayores satisfacciones del proceso, junto con el desafio de reorganizar al equipo de trabajo, capacitar al personal e implementar mejoras en logística en plena obra.
"Para nuestra familia, seguir ampliando La Espiga de Oro es honrar nuestra historia familiar y a la vez proyectar un futuro de crecimiento. Es un orgullo enorme poder cuidar un legado de más de 90 años y ver cómo sigue vivo en cada cliente que lleva nuestros productos", expresó la propietaria, quien además agradeció el cariño constante de quienes siguen acompañando a la tradicional panadería: "Agradecemos a todos nuestros Espiguitos que nos llenan de mensajes hermosos siempre".
Con la esquina recuperada, una imagen renovada y el afecto intacto de la comunidad, La Espiga de Oro inicia un nuevo capítulo que combina tradición y futuro, reafirmando su lugar como una de las marcas más queridas de Pilar.

